martes, 14 de marzo de 2017

El encuentro infinito V

La boca, los labios juntos, se vuelven símbolo del infinito. Los rizos pueden parecerlo, pero no lo son. Comienzan y finalizan a pesar de tantas vueltas. Quizá de ahí que las palabras puedan trascender eternamente. No los ojos o los oídos; no hay más en su rostro que provoque tal sensación de nunca acabar. Quizá de ahí que deseemos que los besos nunca acaben, que nos sostengan aunque sea con los dientes, gritando en silencio ¡no me dejes! ¡no me sueltes! ¡no te vayas de mi!

Pero a pesar de éstas formas, de que un segundo pueda alargarse, comienza el fin de los tiempos. Sucumbimos ante la fosa mortal, sólo una palabra vive. ¿Ella se queda o se va también? El arte se multiplica, toma formas.

A veces me visita. La veo en una esquina del techo y la dejo caer libremente. El televisor hace mutis, ningún ruido me perturba; quien corre se vuelve lento. Salta y flota en el aire y ella cae despacio, muy lento. Va buscando el suelo; apenas llega y se va irguiendo sobre sí: no existe un color, son todos los colores. La luz llega, le atraviesa, le distorsiona el deforme rostro a media altura, ya no hay lentitud; todo inmóvil. Y las extremidades van tomando forma, su forma de curvas, de curvas perfectas, vientre aplanado, senos redondos, casi perfectos. Los brazos se extienden y regresan, los dedos tocan los muslos, el cuello casi vertical, y sobre éste su rostro.

La boca, los labios juntos, se vuelven símbolo del infinito…

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